Creo que hace calor ahí fuera, que lejos de la persiana
bajada de mi cuarto, hace un día soleado. Hay muchos platos sin fregar de esos
intentos en los que decido que tengo que alimentarme con algo que no sea
cerveza, la cerveza se me ha terminado, solo me queda algo de aliño para el
humo y el cenicero está lleno. De soslayo
me he mirado al espejo y no me he reconocido. No he mentido del todo al decir
que estaba enferma, tengo cara de enferma y no tengo hambre, supongo que eso es
estar enferma.
Sé exactamente lo que tengo que hacer pero no tengo fuerzas,
sé que estaré bien en algún momento, todo ha estallado de una forma que no
consigo manejar y me viene a la mente aquella vez en que me crucé Madrid para
salvar a alguien que nunca me abrió la puerta, me pregunto si eso pasaría al
revés. No he dejado que C venga a casa, yo soy la que saca a los demás de la
cama, yo soy a la que llaman cuando están tristes, la que siempre está
dispuesta a un silencio compartido y un abrazo. No sé por qué no puedo dejarme
cuidar, nunca he podido, y cuando he pedido ayuda no me llega, no puedo culpar.
Me aterra el momento en el que sé que tengo que salir de
casa por obligación, me aterra ponerme a llorar en mitad del curso,
quizá no sería mala idea, rodeada de TS y psicólogos, me aterra salir de casa
porque en algún momento tengo que volver y si no tengo sueño ni hambre, ¿Para
qué se necesita una casa?
Esto es diferente a todo, la pérdida es demasiado grande, y
yo, me siento muy pequeña.