Salí de casa de Walker sin saber que era la
última vez, (curioso siendo la primera que dormía allí). En el felpudo de la
puerta encontré una llave, pequeña, como de buzón, y al contestarme él que no
era suya, probamos por si podía ser de algún vecino pero no encajaba en ninguna de las pequeñas cerraduras.
Comenzamos a fantasear con la idea de que era
una llave para viajar en el tiempo, y después de varias divagaciones, llegamos a
la conclusión de que lo mejor sería empezar por el principio, y de repente, ahí
estábamos, huyendo de un dinosaurio un poco agresivo escondiéndonos detrás de
los árboles.
“Recuerda no tocar nada, sólo podemos mirar,
no se puede cambiar el pasado, sólo aprender de él”.
Así, de salto en salto temporal, viajamos al
10.000 a.C, aprendimos algo de las enseñanzas de Platón, participamos en una
orgía romana, vimos la crucifixión de Cristo, los señores medievales nos
cobraron impuestos, viajamos en “La Niña” hacia el nuevo mundo, estuvimos
presentes en una discusión entre Góngora y Quevedo, Walker votó a Cánovas, o
Sagasta, no lo recuerdo bien (yo no pude evidentemente) y por un momento
tuvimos que escondernos en las montañas allá por 1937. Brindamos por el fin de
la dictadura y nos colamos en el hospital para vernos nacer.
Casi de repente, dimos otro salto, esta vez
no intencionado, volvíamos a nuestro tiempo, ya habíamos llegado a la entrada
del metro. “¿Qué hacemos con la llave?” me preguntó, “Guárdala, nunca se sabe
cuando querremos volver a viajar”. Nos dimos un beso fugaz, como siempre que nos separábamos, eso es porque nunca se sabe cuándo va a ser el último
beso, probablemente si supiéramos cuando es la última vez que hacemos algo,
pondríamos mucha más pasión en ello.
Ahora me gustaría haber guardado yo la llave
para viajar siempre que quisiera al momento justo antes de encontrarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario