Le veo tan gris que me da miedo ir a su casa. Me derrumbo y no quiero aceptar el paso del tiempo, ni lo que puede traer.
Y como yo no voy, ellos se presentan en mi barrio, como cualquier amigo que me dice "bájate a tomar una cerveza". No puedo poner ninguna excusa y mientras caminamos por el atasco de Fuencarral me pone la mano en el hombro y lo aprieta, y no sé si es una forma de demostrarme cariño o porque tiene que apoyarse. Pasamos un ratito los tres juntos y procuro por todos los medios no discutir con ella, y esta vez lo consigo porque no quiero que él se altere ni tenga que mediar entre nosotras como lo lleva haciendo tantos años.
Y mientras vuelvo a casa, pienso en todo lo que dejamos de hacer cuando me dio por crecer. Y me prometo a mi misma que nos iremos a esa cata de vinos pendiente, que volveremos al Bernabeu, y que no me quejaré porque yo quiera ir al cine y él a ver el partido de los equipos del barrio. Y aun así, me aterra ir a verle a esa casa que nunca sentí como mi hogar, y ver el calendario marcado de citas en el hospital.
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