Poquito a poco me encuentro, me siento, me noto y me reconozco.
Sé que no puedo pretender volver. No quiero volver. Sólo explorar esta seminueva "yo", que a veces me gusta y otras no, pero nos iremos conociendo.
Entiendo los tiempos, los "adiós", y agradezco una despedida en un tren con un "cuídate, esperaré un billete de avión cuando te hagas rico", y un "eres demasiado buena", que es más bonito que un silencio que no comprendía. (Melibea por un segundo, que se queda sonriendo en el vagón). Y ese abrazo me da fuerzas para querer cerrar otra historia que ya no me desvela, pero a veces, aún me duele.
Las horas vuelven a durar sesenta minutos, han dejado de ser eternas, y me sorprendo sonriendo por la calle porque me ha llegado un sobre con chucherías, o un beso enorme (que si no, no llegan) de personas que están a miles de kilómetros de Madrid.
Y respondo con total sinceridad a la pregunta "¿A quién echas de menos hoy?", "sólo a los que quieren estar y no han podido", porque no todo al que has querido alguna vez te sigue queriendo a ti, aunque no haya motivos, y eso, también lo he entendido.
Y esperemos que cada día, nuestras listas de promesas a olvidar sean más cortas.
Y vuelvo a soñar despierta, y dormida, también.
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