Pandora me lame las mejillas saladas y con un cuidado que no
es habitual en ella, estira la pata (y sin querer, al escribirlo, me sale una
carcajada tonta por lo de estirar la pata...), para animarme a jugar. No tiene
respuesta y se acurruca junto a mi y una manta que quizá ya sobre, pero que se
lleva de a poquito los escalofríos de un adiós adelantado.
El móvil, lleno de mensajes de mi gente bonita, personal de
rescate de primera, está apagado para que me sea más difícil hacer una llamada,
y mi jefa, que parece que me conoce mejor de lo que pensaba, me manda a dar un
paseo, y me recalca que si hoy me quiero ir a casa, que lo haga, pero yo no
quiero estar allí, aunque a la vez sólo quiero zambullirme en el sofá que por
ley, se ha vuelto todo lo que me abraza.
Y agradezco el revuelo Real y una convocatoria en Sol el día
que llevo puestos los pantalones morados, y me distraigo en el sueño de una
tercera, repitiéndome cada rato, que como todo, pasará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario