miércoles, 14 de octubre de 2015

A veces me sigue costando no caminar a diario entre el bullicio de Malasaña o tener el Guernica a un golpe de semáforo. En las noches aderezadas apenas me fijo en ese tramo de la calle Fuencarral donde un día alguien se inventó la lluvia, y en mi nuevo patio interior nadie desafina como aquella muchacha en Atocha.
Cervantes no vive a tres pasos, y hace mucho que nadie se baña en la piscina de Quijorna.
La línea uno se ha convertido en una visita esporádica, y desde mi terraza, veo las Cuatro Torres flanqueando la luna. Dos estrellas fugaces han caído mientras fumaba. No se ha cumplido ninguno de los dos deseos, aún.
Ahora visito Aluche para jugar al fútbol en el mismo polideportivo donde mi madre me obligaba a ir a natación, y la Plaza de las Ventas sólo es un lugar de conciertos o de crueldad en primavera, y a veces se me olvida que allí cerca, colgué el sombrero un tiempo.
He tenido que acostumbrarme a la rutina de los búhos de nuevo, pero no al nuevo barrio que ya me ha visto crecer en la ciudad que ya no sólo es para periodistas, que tan lejos estaba de los dos salones del barrio turco de Amsterdam, donde nos juntamos tantos que llegábamos huyendo de algo.
Y a pesar de días de nostalgia, por fin encontré un hogar en la décima casa, y llenaré sus paredes de historias. Estoy en ello.

5 comentarios:

  1. Qué bonito Ana. La vida pasa y damos tumbos hasta encontrar un hogar.

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  2. Gracias Hect! También de vez en cuando me entra la nostalgia de los compis de piso, eh?, luego me acuerdo de ese gato y se me pasa! jajaj ;)

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  3. Grande! Enhorabuena por encontrar un hogar, :D

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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