viernes, 15 de diciembre de 2017

Aquí ya nunca llueve, pero yo,
tengo una nube a punto de estallarme en el pecho.

Una bofetada de tristeza me ha lanzado
al árido y frío suelo, lleno de grietas,
pidiendo beber de mi norte,
perdido y ausente.

Mis ojos nadan en salado
sin terminar de ahogarse, no encuentro
un salvavidas lo suficientemente fuerte
al que esta vez, quiera abrazarme.

Ni los balones, ni las letras,
ni sus besos de emergencia,
hoy me sirven.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Aquel día salí a beberme la noche
y alguna boca con sabor a cerveza.
Lo hice todo
y de resaca me llevé:
otro agujero en el pecho,
otro adiós sin despedidas
y otro vacío en la piel.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Esta noche acaba el verano, me han dicho que a las 22 horas y 2 minutos de la noche, y he pensado, “joder, que bien saber cuándo es el momento preciso en el que algo termina, ¿no?” Porque es algo a lo que nunca nos acostumbramos, a estos finales que te abofetean de repente, sin darte ni un aviso.

Los finales duelen, te visten de luto, se ensañan, y como no te los esperas, te pillan dando un paseo que, sin darte cuenta, acaba en un abismo, casi dispuesta a abrazar el precipicio por si al terminar la caída, aún hubiera un resquicio del principio, cuando lo que de verdad te encuentras, es la hostia que te das, que no, no mata, pero te deja herida, atemorizada, un poco más pequeña, menos niña y más perdida.

Yo este verano he vivido dos finales, uno de un “todo” y otro de un “casi”, y ninguno fácil; y es que hay veces que pensamos que terminar un camino más largo es más complicado, pero no es verdad. En uno corto, te quedas con las ganas de saber cómo seguía, si tenía curvas, si a la mitad había un río en el que darte un baño o si te hubieras tropezado al caminar. Todo eso lo sabes en el “todo”, lo has reído y llorado, sabes que lo has luchado hasta quedarte sin aliento. 
El “casi” te deja a las puertas de todo, cuando en verdad, no ha habido nada, bailando con la incertidumbre y sin saberte los pasos.


Así que brindo por las notificaciones de pre-aviso y por este otoño con su final anunciado, como debe ser.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Imagina que olvidamos el pasado,
los errores aprendidos,
que el enredo en nuestros cuerpos
lo funden en uno solo,
alcanzando lo imposible,
abarcando el infinito.

Imagina que esa noche,
se cruzaron los caminos,
transformando aquellos guiños
en profetas del destino,
dejando que nuestras pieles
fueran presas del instinto.

Imagina que no hay miedo,
imagínate que puedes,
imagínate que quieres
vivir un rato en mi ombligo.



Berlín, 12 de septiembre de 2017

sábado, 2 de septiembre de 2017

Un día, volveremos a improvisar un blues,
nos abrazaremos borrachos de vida
y compartiremos de nuevo desayunos de resaca.

Un día, haremos ese viaje a Nicaragua,
seguiremos conquistando Debod,
y veremos todas esas películas pendientes.

Un día, Leo nos cerrará de nuevo el bar,
y amaneceremos en Lavapiés
arrastrando cuerdas rotas de guitarra.

Un día, no te olvidarás de mi nombre,
ni pensarás que me sobras
mientras la enfermera te pone otra vía.

Un día, dejarás de temblar por esta mierda,
injusta como todo lo que acaba en hospital,
y lo harás por algo que merezca la pena.

Y ese día, nos fumaremos un cigarro,
acompañado de esa cerveza que tanto echas de menos,
y hablaremos de todo,
hasta de lo imposible.

lunes, 14 de agosto de 2017

De los amantes en general y de ti en particular II

Cada vez que yo me estrello
contra una armadura oxidada,
te pido un rescate en la cama
y dormir un rato en tu pecho.

Recuperas mis madrugadas
me enredas las manos y el pelo,
me quitas su olor con tus dedos,
tu cuerpo en el mío, manda.

Fumo mientras te marchas
arrancas el coche y te alejas,
hoy no pienso en otra tierra
y me arropo de ti con mis sábanas.

domingo, 30 de julio de 2017

Mil días

Ya han pasado los mil días que tanto temí desde ese momento en el que hicimos que lloviera.

Tanto tiempo y no he conseguido cumplir ninguna de las promesas que te escribí en ese cuaderno que se iba llenando de nuestras cosas y palabras inventadas; aún recuerdo tu llamada entre lágrimas dándome las gracias mientras yo me deshacía frente a la estación de Atocha. 
Hacía un poco de frío a pesar de ser verano, o quizás era sólo yo, que temblaba.

No volví a tocar la guitarra ni he escrito nada que pudieras convertir en película, ni siquiera recuerdo cual era la tercera promesa, como tantas cosas que he ido olvidando con el paso de los días, pero, a pesar de todo, has seguido ahí, aunque nos separara un jodido océano, a veces muy presente y otras de soslayo, casi igual que cuando aún no te habías ido.

Mil días y aún así, perdida en la isla, a sólo unos metros de ti, las mismas vueltas en el estómago que me hicieron perder 10 kilos de coraje, me dieron ganas de buscar un abrazo entero.
Y lo he dado, pero se partió casi al instante, Granada estaba lejos para prenderla, pero lo he intentado.

Y en ningún momento pensé en ti, quizás, esa era la tercera promesa.

Y hoy sólo te escribo porque es domingo, un domingo de mierda y en Madrid va a tardar mucho en llover.

Ya ves, tú ya has terminado lo que te marchaste a hacer, y yo, ni siquiera he empezado.

miércoles, 5 de abril de 2017

Recuerdo cuando cogía aquel tren
con dirección a tu boca;
tan nerviosa en el andén de salida,
haciendo un cigarro que distrajera a mis manos,
las ganas de beberme tu cuerpo con sabor a salina.
Hoy el AVE vuela al contrario y es todo distinto.
Me tiemblo al pensar que ahora somos extraños,
y aunque tú no lo sepas, en sólo unos meses,
estaré en el lado de esa parte del mundo
que pudo a mis labios.
Me pregunto si "algo" nos hará encontrarnos,
si reconocería tu olor, tu cuerpo a lo lejos...
(No recuerdo tu risa y eso me da miedo)

viernes, 20 de enero de 2017

Mis cinco abuelos

A mi abuelo Narci nunca le conocí, mi madre se quedó sin él a los diecinueve, y desde entonces le llora en silencio. Le llamaban Dios Grande, porque era muy muy alto (la genética se olvidó de incluirle en mi ADN), y porque en la posguerra regalaba el pan que hacía a los que no podían pagarle.

Mi abuela Isi no llegó a mi comunión. Una mañana en la que yo saltaba a la comba en Quijorna, se acercó mi hermana corriendo, y yo ya de lejos sabía que venía a contarme que ya no la veríamos más. Le faltaba un pecho; yo me inventé para mi misma que le había estallado porque tenía el corazón tan grande y tan bueno que no le entraba en el. 

Mi abuelo Manuel tenía orejas de soplillo pero estaba sordo. Yo no entendía como con esas orejas no podía apenas oírme. Sólo me acuerdo de una cosa de él, que me subía en sus rodillas y del paso al galope me convertía en jinete. Fue al primero que el cáncer se lo comió.

Mi abuela Fernanda se llamaba Nieves, las cosas de los pueblos, que te cambian el nombre como les viene en gana. Tenía el pelo blanco más bonito que recuerdo y unos ojos azules casi transparentes. Pequeña y tan delgada que parecía que si soplabas, se podía caer, pero sólo lo hizo una vez y decidió que con esa bastaba. Ella se murió de amor porque lo último que la escuché decir era que se quería ir con su marido, y se fue al rato.

Y mi abuelo Julián, que no era padre ni de mi madre ni de mi padre, me llevó a ver el mar por primera vez. Su casa estaba llena de objetos extraños, algunos que aún guardamos porque su familia de verdad nos dejó tener algo suyo para siempre. Siendo una niña fue la primera vez que entendí que la palabra familia, no tenía nada que ver con los apellidos.

Y todos ellos se fueron muy pronto, pero yo, tuve cinco abuelos.