miércoles, 16 de octubre de 2013

Han pasado 14 años desde que nos conocimos, hoy que el país se ha parado un poco, hoy que es todo un poco peor que hace exactamente media vida de los dos.
Éramos la inocencia, tú más que yo, la verdad, siempre fuiste más bueno, más sincero, más cariñoso, más todo...
Nunca olvidaré esa noche, creo que es uno de los recuerdos más claros que tengo, hacía tanto frío...pero un grupo de adolescentes no lo siente, y las chicas y yo, nos refugiábamos del viento detrás de aquella caseta de la luz cerca de tu casa. Puedo ver aún tu imagen subiendo con la bici aquella horrible cuesta.
Tardamos dos meses en cogernos de la mano y darnos ese primer beso mientras me apartabas el pelo de la cara.
Un mes después te la solté, necia de mi por eso y por todo lo que vino después.
Y habían pasado 6 meses cuando cortaste aquella rosa (que todavía guardo), y me la diste, después de horas mirando estrellas muy juntos y hablando con los ojos.
Y pasó un año para que me quedara sin 30 euros de saldo en el móvil porque no parábamos de escribirnos (si hubiéramos tenido whatsapp en aquel momento quién sabe...).
Y dos más para que nos viéramos desnudos por primera vez y sólo nos abrazáramos.
Y durante otros tres años, nos cogimos y soltamos tantas veces la mano que perdí la cuenta.
Y luego pasaron 8 años eternos en los que yo me escondí en la ciudad del ruido y apenas supimos uno del otro.
Y diez años después de habernos besado, hicimos el amor por primera vez, aquella noche en que me atreví a dormir de nuevo allí.
Y durante un par de noches estrelladas al año, esperé nuestra cita en ese rincón del pueblo que es sólo nuestro, y nos pasamos el porro mientras me volvías a recordar que la primera vez que fumaste te lo di yo, me apartaste el pelo de la cara, y me sentí una adolescente que se comía el mundo si estaba a tu lado.

(14 de noviembre de 2012)

Y ha pasado casi un año desde que escribí esto, y es qué hoy, necesito mantener ese recuerdo presente, que me rendí. 
Cuando ya no estoy, cuando ya no estás. 
No quise nuestra noche estrellada este último verano. El invierno viene y no guardé tus caricias para aguantar el frío.


lunes, 14 de octubre de 2013

"Sólo" era un hombre, un hombre joven, de un pueblo del sur de Badajoz que casi linda con Huelva. Un hombre normal, de su época, se había casado joven, ya tenía un par de hijos y vendría alguno más después. Se llamaba Narciso.
Sólo era un hombre al que se encargó dirigir la obra de la construcción del ferrocarril entre Zafra y Huelva. Tenía bajo su cargo unos cuantos obreros, uno de ellos era un muchacho más "débil", no tenía la suficiente fuerza para cargar los trozos de vía o hacer trabajos que requerían más esfuerzo físico. Los compañeros se burlaban de él y pedían a Narciso que le despidiera, que les atrasaba en el trabajo y les estorbaba.
Era finales del Siglo XIX, había hambre, aunque eso no ha cambiado en exceso, y Narciso no les hizo caso, encargó a este muchacho las tareas administrativas, todo eso "que no se ve", pero que para cualquier cosa es necesario, no dejó que este chico pasara penurias, no le juzgó por no ser lo que se esperaba de un hombre en aquel momento. Él quería estudiar, había conseguido una beca, pero sin ese salario no podría hacerlo. Y las obras llegaron a su fin.
Unos años después, Narciso fue acusado de un delito, ojalá supiera cual, era algo político pero aún no he averiguado exactamente la razón.
Le detuvieron y le llevaron para ser juzgado a Zafra. Cuando entró en la sala se sentía prácticamente condenado, pero según avanzaba por el pasillo, la mirada del juez se iba volviendo más bondadosa. Narciso no entendía el por qué, hasta que le tuvo a sólo unos pasos y le reconoció, ese muchacho al que había ayudado tanto tiempo atrás. Le recordaba, le agradecía tanto con la mirada lo que había hecho por él...un pequeño gesto que le había hecho llegar a donde estaba.
Ese mismo día Narciso volvió a su pueblo, con su mujer, con sus hijos, el mayor era mi abuelo, panadero, que en la posguerra, regalaba el pan a pesar de que prácticamente no tenía para alimentar a sus hijos.
Yo no les conocí, nunca pude besar a mi abuelo, pero tantos años después, me siguen enseñando cosas. Todo vuelve.

sábado, 5 de octubre de 2013

Le veo tan gris que me da miedo ir a su casa. Me derrumbo y no quiero aceptar el paso del tiempo, ni lo que puede traer.
Y como yo no voy, ellos se presentan en mi barrio, como cualquier amigo que me dice "bájate a tomar una cerveza". No puedo poner ninguna excusa y mientras caminamos por el atasco de Fuencarral me pone la mano en el hombro y lo aprieta, y no sé si es una forma de demostrarme cariño o porque tiene que apoyarse. Pasamos un ratito los tres juntos y procuro por todos los medios no discutir con ella, y esta vez lo consigo porque no quiero que él se altere ni tenga que mediar entre nosotras como lo lleva haciendo tantos años.
Y mientras vuelvo a casa,  pienso en todo lo que dejamos de hacer cuando me dio por crecer. Y me prometo a mi misma que nos iremos a esa cata de vinos pendiente, que volveremos al Bernabeu, y que no me quejaré porque yo quiera ir al cine y él a ver el partido de los equipos del barrio. Y aun así, me aterra ir a verle a esa casa que nunca sentí como mi hogar, y ver el calendario marcado de citas en el hospital.