lunes, 2 de junio de 2014

Pandora me lame las mejillas saladas y con un cuidado que no es habitual en ella, estira la pata (y sin querer, al escribirlo, me sale una carcajada tonta por lo de estirar la pata...), para animarme a jugar. No tiene respuesta y se acurruca junto a mi y una manta que quizá ya sobre, pero que se lleva de a poquito los escalofríos de un adiós adelantado.
El móvil, lleno de mensajes de mi gente bonita, personal de rescate de primera, está apagado para que me sea más difícil hacer una llamada, y mi jefa, que parece que me conoce mejor de lo que pensaba, me manda a dar un paseo, y me recalca que si hoy me quiero ir a casa, que lo haga, pero yo no quiero estar allí, aunque a la vez sólo quiero zambullirme en el sofá que por ley, se ha vuelto todo lo que me abraza.

Y agradezco el revuelo Real y una convocatoria en Sol el día que llevo puestos los pantalones morados, y me distraigo en el sueño de una tercera, repitiéndome cada rato, que como todo, pasará.

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