lunes, 17 de junio de 2019


Creo que hace calor ahí fuera, que lejos de la persiana bajada de mi cuarto, hace un día soleado. Hay muchos platos sin fregar de esos intentos en los que decido que tengo que alimentarme con algo que no sea cerveza, la cerveza se me ha terminado, solo me queda algo de aliño para el humo y el cenicero está lleno.  De soslayo me he mirado al espejo y no me he reconocido. No he mentido del todo al decir que estaba enferma, tengo cara de enferma y no tengo hambre, supongo que eso es estar enferma.
Sé exactamente lo que tengo que hacer pero no tengo fuerzas, sé que estaré bien en algún momento, todo ha estallado de una forma que no consigo manejar y me viene a la mente aquella vez en que me crucé Madrid para salvar a alguien que nunca me abrió la puerta, me pregunto si eso pasaría al revés. No he dejado que C venga a casa, yo soy la que saca a los demás de la cama, yo soy a la que llaman cuando están tristes, la que siempre está dispuesta a un silencio compartido y un abrazo. No sé por qué no puedo dejarme cuidar, nunca he podido, y cuando he pedido ayuda no me llega, no puedo culpar.
Me aterra el momento en el que sé que tengo que salir de casa por obligación, me aterra ponerme a llorar en mitad del curso, quizá no sería mala idea, rodeada de TS y psicólogos, me aterra salir de casa porque en algún momento tengo que volver y si no tengo sueño ni hambre, ¿Para qué se necesita una casa?
Esto es diferente a todo, la pérdida es demasiado grande, y yo, me siento muy pequeña.

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